Un suspense clásico con un toque de maestría. La lujuria y el lujo chocan con venganza en una historia de asesinatos y venalidad entre los ricos de Nueva York. Si todas las familias felices son iguales, el clan Havistock es un espécimen raro. Como lo es una antigua moneda griega que es la estrella inestimable de la legendaria colección de Archibald Havistock. Cuando el acaudalado patriarca decide vender sus tesoros al mejor postor, es la tasadora de un metro ochenta y dos Mary Lou “Dunk” Bateson quien supervisa la transferencia de monedas desde el apartamento de Havistock a la casa de subastas donde trabaja. Y cuando el Demaretion desaparece misteriosamente en el camino, Dunk cae bajo sospecha del robo. Criada en Des Moines y tan honesta como es posible, Dunk hará lo que sea para encontrar al verdadero culpable y limpiar su nombre. Con la ayuda de dos investigadores altos que resultan ser rivales por su corazón (un policía duro y tierno y un detective de seguros apuesto), Dunk se une a los Havistock para llegar al fondo de las cosas. Pero a medida que comienza a penetrar la fachada respetable de la dinastía, descubre una mezcolanza de escándalos, perversión y parejas WASP homicidas con pasatiempos impactantes; nidos de amor ultrasecretos; víctimas de chantaje llevadas al borde de la violencia; pilares de la sociedad con antecedentes que te pondrían los pelos de punta; swingers encubiertos, diosas sexuales salvajes y cornudos apasionados. Dentro de este círculo de transgresores de mandamientos, Dunk logra mantener la calma y sus principios, hasta que se acerca demasiado a la verdad y los tentáculos letales de Havistock serpentean peligrosamente hacia ella. Aquí está Lawrence Sanders en su mejor momento, inimaginable e irreprimible. Endiabladamente lleno de suspenso, diabólicamente inteligente, El octavo mandamiento es casi pecaminosamente entretenido.